SILBAN LAS BALAS

Yo tenía un compañero, otro igual no encontraré.  Si al clarín clarín tocaba, siempre a mi lado marchaba,  marcando el compás y el compás, marcando el compás y el compás. Silbando viene una bala, para él o para mí.  A él le tocó lo siento, yace a mi lado sangriento,  como un pedazo de mí, como un pedazo de mí.

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Me llamo Juan Ernesto Franco Toro. Único sobreviviente del helicóptero MI-17 derribado en combate, el día 17 de julio del año 2012 a unos kilómetros del puerto de Buenaventura, Colombia. De cinco soldados que iban en la aeronave sólo sobreviví yo: he sido bendecido por Dios, soy su ángel; soy zurdo, y como todos los zurdos, somos ángeles enviados por Dios para combatir los demonios en la tierra. Me llamo Juan Ernesto Franco Toro y tengo dos amores en la vida: la música y el ajedrez; el ajedrez regula mi existencia. Aprendí a jugar ajedrez magistral, como se juega en Jamundí, Valle del Cauca, donde nací. ¿Sabe cómo es el ajedrez magistral? Se mata, por ejemplo, sólo con alfiles, con caballos, con la reina. Así aprendí a jugar yo. Ese es el ajedrez magistral. Soy sargento primero de la Armada Nacional Colombiana. Soy un kamikaze de Dios, lo llevo en la sangre y tatuado en mi hombro izquierdo, un kamikaze siempre guarda una bala, una última bala para volarse la cabeza en caso tal de ser atrapado por el enemigo. Me llamo Juan Ernesto Franco Toro y soy descendiente de españoles y mexicanos; he servido al ejército de mi país y ahora soy arma de Dios: fusil suyo en la tierra.

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Me gustaría hacer una pregunta. Perdón, perdón. - Alza la mano, sopla la manzana y continúa con el humo invadiendo su cráneo, sus pulmones- Me gustaría hacer una pregunta, con mucho respeto, claro; dirijo mis palabras sin intención de molestar. Cómo podría tener esa intención, si ustedes, con tanta amabilidad, me han escuchado con atención. -Suelta el humo- Una pregunta: mi bisabuela era mexicana, mi bisabuelo español. Usted puede acercarse y tocar mi antebrazo, agarrar mi pellejo y probar: tengo piel labrada de inmigrante, músculos fuertes. Piel azotada por el sol. Yo nací en el Valle, pero mi piel es española y mexicana. Yo le recibo la cerveza, pero déjeme y le explico: yo sudo bastante, todo el tiempo estoy sudando por mi brío, padezco de él, los vallunos padecemos de él. Me agarro la cabeza, me retiro el sudor y continúo: juh, juh. No para de salir. Esta mañana, mientras me bañaba en el río, les decía: necesito agua fría en las mañanas, -porque estamos entre hombres puedo decirlo sin reparo- a mi entrepierna le urge. Me levanto, y después de haber ejercitado el cuerpo, me lanzo al río, desnudo. Y mi pene y mis testículos me exigen, el agua fría pasa y se encienden, debo meterlos entre mis piernas y sobarlos, fregarlos contra mis muslos. Los froto con dureza - se agarra la cabeza con dos manos grandes, en una de ellas, en el dedo meñique, lleva un anillo regalo de su abuela, la plata desaparece entre la falange- hasta llegar a la calma. Llevo un mástil en mi entrepierna. En Buenaventura lo comparé con indios y negros, soldados que medían metro noventa, metro noventa y cinco, y calzaban 41, 42. Yo calzo 43. Mi pene se erectaba por la mañana, fuuuuh, - se le enredan los ojos en el brazo derecho que levanta mientras cierra el puño- y yo lo mostraba sin pudor, mostraba mi pene extendido en la mañana mientras las herramientas de los negros y los indios se desinflaban con rapidez. Claro que sólo los miraba, a mí no me gusta clavarlo en culo peludo, sólo les miraba su miembro. Nuestras caricias van de los puños a los tiros, nada más. 

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Mi virilidad la perdí por meses, hasta ahora vuelve a su rumbo natural. Dicen que se quemó mi cabeza después de la caída, me relegaron. Me dijeron que se comenzaba a notar. Se convirtió en un ser irritable, volátil, inestable, y esos cambios no son aceptables. Me convertí en un soldado inservible para mi nación. No recuerdo haberme quejado jamás por el peso de mi equipo, siempre fui fuerte como un toro. Dejado atrás por mi cabeza, por la puta cabeza. Ahora sólo guardo películas, música y el ajedrez en mi equipo. Llevo mi ajedrez y mi equipo siempre conmigo, cada soldado es responsable de su equipo, no debe perderlo de vista jamás, debe guardarse y agarrarse para donde quiera que uno vaya: la selva arde sin aviso. ¿Quiere jugar una partida? No tenemos que jugar Magistral, podemos jugar ajedrez clásico, yo siempre aprendo de mis enemigos; de todos se aprende un poco, yo no lo mataré, yo esperaré los ataques y analizamos juntos cómo está jugando, cuál es su error y cómo pudo ser mejor la partida. Al final del juego le tomamos una foto y analizamos de nuevo. Se debe analizar antes, durante y después. Yo aprendo de usted y así quedamos como amigos. ¿Quiere saber cuál es la ficha más importante para mí? El peón.

Un segundo, por favor. -Contesta su celular y cambia el tono de su voz por uno mucho más grave- Sí, con él. Habla con el sargento primero Juan Ernesto Franco Toro. Sí, estoy atento del proceso que se lleva. Sí, mire ¿es usted abogado privado? Sí, mire, en este momento no lo puedo atender, y sé que usted viene con las mejores intenciones para resolver mi proceso… Sí, mire, permítame...Sí, creo que fui declarado interdicto, estoy esperando el dictamen del juez. Permítame... No, yo con mi mamá no he hablado. Pero, mire, espéreme… en este momento estoy jugando una partida de ajedrez, y no puedo concentrarme si hablo con usted; el ajedrez es lo más importante en mi vida, el ajedrez y la música regulan mi existencia, así que el dinero puede esperar ¿Cómo dijo que se llamaba? Perfecto José Luis, yo guardo su número y tan pronto acabe mi partida volvemos a conversar. 

El dinero está después, ¿no? Da igual la plata hoy o mañana. Es que usted me ve, con esta camiseta gastada y esta pantaloneta destruída, pero mi familia es de dinero. Mi mamá tiene dinero, pero no nos hablamos. La última vez que la vi yo llevaba un perro lobo en mi moto. Un guerrero como yo, lo llevaba en la parrilla de mi moto mientras se desangraba, se desangraba el guerrero, como yo, que he perdido tanta vida; lo llevaba a la casa de mi mamá para curarlo y, tan pronto me vio, con el perro lobo en mis brazos, me expulsó de la casa a gritos y llamó a la policía. Quién sabe qué pensaría, seguro que yo lo había matado, pero no: al perro lo habían atropellado y yo lo quería curar, el perro se moría en mis brazos mientras yo lo abrazaba y mi mamá llamaba a la policía. El perro se me moría, sufría, como yo sufría con la Clozapina, pero los perros no pueden rezar, no pueden pedirle a Dios aliento, así que le quebré el cuello. Lo apreté contra mi pecho y le partí el cuello. Dejó de respirar y mi mamá me vio, llegó la policía y me llevó. Lleno de sangre pero con el honor intacto: le di muerte digna a un guerrero, como yo. 

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La Clozapina es la droga más fuerte que he probado, no se la deseo ni al soldado más cobarde, la Clozapina es más fuerte que el mismo H. Es probablemente el fármaco más fuerte que ha pasado por mi organismo; me ha llevado a los rincones más oscuros de mi mente: con la Clozapina vi a todos mis muertos, morí yo también, y revivía para ser destruido nuevamente. Recuerdo arrodillarme y pedirle a Dios que me regresara la vida, que me devolviera el aliento, que me diera respiración. Después de la oscuridad volvía a mí con un golpe fuerte de adrenalina, me ahogaba y recaía. Aquel que ha superado la Clozapina ha superado la vida, es un soldado de Dios, un ángel que combate demonios en la tierra, como los zurdos y los ajedrecistas. Con la Clozapina nunca se sabe si se está muerto o vivo, es lo más cercano al infierno. Dios me mandó esa prueba, que yo acepté, y claro, estuve dispuesto a robarme la vida en muchos momentos. Me apretaba la cabeza con las manos, me ahogaba, duraba tirado en la cama días enteros, delirando. 

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Ahora podemos comer, la señora Yolanda es un alma de Dios, como yo, como los zurdos. Ella me encontró perdido en la selva y me recibió. Estuve perdido por diez días; caminaba quince, dieciséis horas diarias buscando salida. Esa tarde yo me bañaba en el río y vi pasar a la Viuda: un ave pariente del ave Fénix, un pájaro grandísimo, oscuro como un demonio; yo me bañaba en el río y lo vi volar, lo vi volar sobre mí. Me salí del agua porque sabía que se iba a clavar en el caudal; cuando la Viuda se clava en el río se desaparece y son malditos los que en el agua en ese momento se bañan. Son maldecidos por Dios padre, así que me salí y lo vi clavarse en el río y desaparecer. Aquellos que ven ese misterio de la naturaleza, son bendecidos.  Por las piedras regué el moño y cambiaba el color del moño cuando las cenizas de la Viuda pasaban cerca de él. Yo lo hacía como ofrenda, le regalaba de mi moño a la Viuda. Mis oraciones fueron escuchadas ese día. El día que doña Yolanda me encontró cerca de aquí, mientras dos perros grandes estaban a punto de atacarme. Yo me paré frente a ellos, listo para embestirlos y asesinarlos si era preciso. Me llamo Juan Ernesto Franco Toro y soy un soldado de Dios. Por eso estoy agradecido con usted Doña Yolanda, ¿no es un alma de Dios?¿no soy yo un ángel de Dios? Dios nos ha mandado las pruebas más duras, y aquellos que somos sobrevivientes nos convertimos en guerreros de su legado en la tierra. Ahora vivo acá, como acá, agradezco su amor y su ternura, la de ella y la de sus hijos.

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No creo que el diagnóstico se haya dado por el último impacto: por la caída del helicóptero. Usted se vuelve mierda la cabeza cuando entra al batallón y le dicen -voz grave, grita y levanta el pecho- Vamos a matar a esos malparidos, por Dios y por la patria. Ese es el infierno, a los 18, 19, 20 años usted apenas forja su carácter. Hoy tengo 35 y tengo el carácter de un soldado de Dios. Disparé a hombres, ¿hombres? Encendí a plomo a niños, niños como yo. Perdí aquella batalla, hoy lucho contra las fuerzas del infierno, no hay oficio más honorable. Libré batalla con el Clonazepam, el Alprazolam, la Benzodiazepina, contra todos los ansiolíticos, antidepresivos, sedantes, a todos los derroté, todos los superé; y, hoy, gracias a Dios y a la luna fulminé la Clozapina. Una droga recetada por error, esa droga se la dan a los locos loquísimos, a pirobos hijueputas esquizofrénicos -Se ríe, con los ojos desorbitados, y chupa de nuevo la manzana.-

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Estuve casado. Toda mujer que se ha metido conmigo ha muerto. A todas las he querido, nadie las ha querido como yo. Pero su alma se ha visto tentada y se han metido con espíritus malignos, buscando el dinero que no he podido darles, teniendo que trabajar con la desgracia en mi hombro. He trabajado por darles lo mejor y se han visto tentadas por el dinero. Pero oígame, ninguna jamás se ha arrepentido de estar conmigo. Ya le he hablado de mi mástil. Tengo un pene majestuoso, necesito condones especiales, un condón normal se rompe con facilidad mientras cometo el acto, toda mujer que ha estado conmigo no se ha arrepentido, lo han dicho y, aunque muchas me han dejado, ninguna ha lamentado tener mi pene erecto entre sus piernas. Con la Clozapina perdí mi fuerza y hasta ahora la estoy recuperando. ¿Jugamos otra partida? En esta dejaré que me mate, iré analizando sus jugadas y después le explicaré sus fallas. -Canta Sueño con serpientes y sopla de su manzana ennegrecida.-

Cerca de Jamundí trataron de matarme con brujería, mi hermana trato de envenenarme por una herencia. Yo no guardo rencor con ella, ya le he perdonado, así Dios me lo ha indicado. Llenaron el frente de mi casa con fotos de muertos, pelucas, aguas sucias; yo me percaté, después de notar ciertas heridas que aparecían en mi cuerpo. Haga de cuenta picadas de vampiros. Y dentro de esas picadas las larvas crecían, gusanos que se iban apoderando de mi cuerpo. Las detuve, le pedí a Dios y a la Luna, y las detuve. Fui extirpándolas poco a poco, las apretaba en mi pecho, mire, acá. Todos los días: igh, igh, igh. Apretando el cuero, mi cuero español y mexicano. Excavé una semana, todas las noches, hasta desenterrar cada uno de los maleficios. Guardé todo en canecas de gasolina. Fui a la casa de mi hermana, toqué su puerta y la miré serio, braveado, así: fugh, fugh. ‘Acá le dejo su mierda’ y la esparcí por la acera. Salí corriendo y agarré mi moto, salí disparado. A los días me encontré a un conocido mío, había caído un aguacero torrencial, la maldición se había esparcido por el pueblo entero. No volví, ni volveré. Mi ubicación, ordenada por Dios, es ésta: la casa de Doña Yolanda. Acá ataco y repliego.

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Cuando me encontraron, yo cantaba; cantaba esa canción venenosa, la canción que aprendimos para matar. Mi canción violenta. Yo veía las vísceras esparcidas de mis compañeros sobre mi cuerpo y cantaba, cantaba y lloraba. Yo me quería morir ahí con ellos. Kasparov - Polugaiewsky, 1978. TF5J. Mate. En ésta lo dejé ganar, usted me mató, pero ahora somos amigos. ¿Lo ve?