PEQUOD

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No debí quitármela. Si me la hubiera dejado, se habría secado en carne. Repasemos: encuentro al libanés, comemos en la Caracas, unas caladas subiendo por la 63. El greñudo me la había regalado por la 67, de pura suerte: lo agarré con la nariz maquillada y, en ese tren de pases, se la quitó y me la dio. No debí escuchar a la anciana: nadie pidió consejo. Yo veré si me enfermo. ¿Quién puede decirme lo que debo hacer si permanezco aislado? Derechos y deberes ¿Cuál es mi derecho? ¿Vivir?

¿Por qué nadie me contesta? Usted...Váyase entonces. La trajo de Madrid. Nunca fui el mejor pero siempre clavé buenos tiros. ¡Ah! Y después me detienen y me preguntan: ¿Cómo terminó en estas, hombre? Bueno, sólo fue una vez, y no supe qué decir, ahora tengo múltiples respuestas. Sólo repiten: Levántese, aléjese, quítese. Hasta mejor: generaba mucha envidia, levantaba mucho polvo. El que la encuentre se la lleva nueva ¿Me la habrá arrancado Dios por no haber compartido equitativamente el plato? El árabe siempre recibe: escupe palabra incomprensible y cobra ofrenda. ¿Cómo hará para tener siempre en alguno de los bolsillos un paquete entero de Mustang?

Y si la busco, pero por dónde empiezo. Ni recuerdo cómo me mojé. ¿Cuándo volveremos a la normalidad? Si hubiera estado acompañado. Es cierto también que ahora tengo un arsenal de calles en mi poder. Por eso será que no he vuelto a ver al chino; incluso mejor: preguntaría por la camiseta. Bueno, era española pero a mí no me luce ni lo rojo, ni lo español. Si pudiera regresar en el tiempo: pin, trun, shuf: retroceder. Mi yo futuro, o sea, el yo de ahora, viajaría y me gritaría: ¡Ismaeeel, no la deje ahí que se le pierde!

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