ALLENDE

Texto para la exposición Allí donde el paisaje se hace agua de Juan David Figueroa y Álvaro Rodríguez.

Allende

· Melchor Guevara: guía y orientador; nativo del Páramo de Chingaza. · El agua es, en las fotogrametrías, un cuerpo indefinible; su único modo de identificación es la luz.

Agua y Tierra esperan la llegada de Melchor: el guía que ha atravesado tantas veces sus cuerpos. Una y otra permanecen expectantes, en la posición exacta, donde días atrás las ha visitado. Son evidentes sus propiedades diferenciales: Agua, esquiva y huidiza; Tierra, férrea y reposada. Podríamos mencionar que Melchor advierte la conversación que mantienen las figuras; considera inapropiado y ofensivo insinuar la superioridad de una u otra parte aludiendo a sus comportamientos. Además, la imprecisa edad de ambas es, para él, semejante; aun reconociendo su relación le es imposible determinar la progenitura: ¿podríamos decretar quién llegó primero: describir con rigor el nacimiento?

Aguardan a Melchor con el único propósito de mostrarse ante él: vidente de su luminosidad, independencia y libertad; es su único fin, el objetivo de sus habituales saludos. ¿Quién podría pensar que, al ser inadvertidas -en un mínimo descuido-, la inmóvil se desliza y fluye, y la cambiante se interrumpe y suspende? (Melchor se ha referido a su oculta inestabilidad: ‘Ha habido noches en que siento que se desplazan a mis espaldas y, al girar mi mirada, las encuentro en el mismo lugar: nada se ha movido y una gota de sudor me rasga la espalda’). Admite la dinámica como un placer infantil. El abandono es total; pareciera que la única compañía son sus voces: una ronca y áspera, otra suave e ininterrumpida.

Melchor reconoce sus inabarcables volúmenes -como si pudiéramos abrazar sus conceptos- así como la relación dependiente que se ha originado. Las frecuentes excursiones son esenciales para su cuerpo; sus extremidades exigen -acaso gozan- los extenuantes recorridos. Su juicio demanda la claridad conquistada en el Páramo: el frío, los rayos del sol, la neblina que raspa la ruta, los frailejones, la laguna. Es el escenario idóneo para la germinación de la vida. Ha aprehendido la imposibilidad de retenerlas: acoge el privilegio compartido de observarlas, de examinar sus formas incontenibles.

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