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TRASMALLO SEMANAL
Hace unos días leí el titular de una noticia tan insólita que lo consideré, inicialmente, una trampa del algoritmo para llevarme a alguna información absolutamente tergiversada; pero no: era parcialmente verídica, divulgada y discutida. El artículo informaba sobre un hombre que había llamado a una ambulancia debido a un grave malestar que experimentaba su pareja; los paramédicos habían revisado a la paciente percatándose, al momento, de su condición inerte: la mujer era una muñeca de trapo. El personal médico —quizá considerando al hombre un desquiciado— grabó la atención ofrecida a la paciente: tomaron sus signos vitales, la calmaron y escucharon los órganos de su pecho vacío. Por supuesto el video recorrió las redes sociales originando un escándalo mediático por la prestación del servicio ambulatorio a una muñeca y no a una persona de carne y hueso que requiriera la asistencia. La información de este primer artículo se desmentiría días después escuchando al personaje principal de esta historia.
Tras haber leído diferentes artículos pensé que toda esta pantomima hacía parte de algún performance artístico y que, en breve, se daría a conocer el nombre del artista así como su evaluación de la situación expuesta; o sea: la farsa era un cuento construido y controlado por la academia conceptualizado en una obra. Me equivoqué, por fortuna, una vez más, pues el descubrimiento fue alucinante y perturbador. Escuché y observé una larga entrevista realizada por una emisora a Cristian Montenegro, creador de este universo —que bien podría hacer parte de un episodio surrealista—, y productor de estos personajes (esposa y tres hijos) tras haber padecido el desamor en el mundo biológico. En su relato pueril y torpe, Cristian cuenta que Natalia, su esposa, surgió —dos veces— después de un par de rupturas amorosas. A Karen, su primera novia, le propuso construir una familia, casarse y establecerse junto a dos hijos de trapo creados por él; desde luego Karen rechazó la propuesta y la relación finalizó. En ese momento dio vida a Natalia, una mujer que nunca lo abandonaría, compañía perpetua y leal, remedio de la inconcebible soledad. La relación se mantuvo sólida hasta la aparición de Abigail, una amante mexicana que, tras haberlo engatusado y seducido, le exigió la cabeza de su pareja; Cristian la degolló y quemó el cráneo de plástico. El deje obtuso y tartamudo de Cristian continúa al relatar el amargo embauque: Abigail había iniciado la relación remota con el único fin de burlarse de él y conseguir algunos seguidores. La inmortal e indulgente Natalia regresaría a su lado renovada: su pelo negro ahora es rojizo, se ha pronunciado su maquillaje y su boca se ha agrandado. La relación, además, se ha consolidado con el nacimiento de su primer hijo —el tercero de Cristian—; Natalia ha admitido a los dos bastardos, que diariamente asisten al colegio, asegura el padre. La familia se ha asentado en Patio Bonito, barrio popular ubicado en el suroccidente de la ciudad, en la casa familiar de Cristian pues la familia de Natalia se ha quedado en Fontibón. Cristian también se refirió al video de los paramédicos: a los hombres se los encontró tomándose un jugo, ellos quisieron una foto y él propuso la ficción; la información adicional hace parte de las habladurías construidas entre los medios y las gentes.
A la entrevista radial se presentó su peculiar manager, Taylor, quien hace las veces de tutor, ventrílocuo y abogado defensor —así como también podría pasar por un cantante de trap adornado con las candongas resplandecientes, las lágrimas tatuadas en los pómulos, su rapado degradado y el abrigo y las gafas de sol Gucci—. Fue él quien confirmó el examen médico realizado a la criatura días atrás, y el sabido resultado: remisión al especialista psiquiátrico. Al concluir la conversación, el locutor solicitó un número telefónico de contacto para la participación de la rareza en las redes sociales, el dueño arrojó los datos y Cristian y Natalia se despidieron.
La siquiatría podrá diagnosticar su incipiente desquicio (llegará, finalmente, la satisfactoria resolución de las almas de caridad: tratar al hombrecito, un ser especial, un pobre mocoso encerrado en el cuerpo de un hombre, el loquito es bueno) y algún somnífero le recetarán para aplacar el afán inventivo que suavizaba su soledad: la insoportable, pesada y lacerante soledad. Esa misma carencia experimentada por miles de personas diariamente y rebajada con un coctel de distracciones inmediatas y adictivas exentas de juicio social, pues cada cual, en la intimidad, combate sus vicios y arrastra sus amarguras como le place. Este hombre, como tantos otros creadores —escritores, dramaturgos, guionistas, compositores, artistas—, produjo una serie de personajes que manipula —o quizá son ellos los que lo controlan— y exhibe, con sus imprescindibles características singulares, en espacios públicos. A Cristian se le critica y se le desacredita, se le tacha de imbécil o demente; un creador ordinario con escasos recursos que ha obtenido algo de notoriedad, una fama fugaz, que aprovecha —él y cuántos más— para participar activamente en una sociedad que pronto lo abandonará y suprimirá: es ese el destino de su comunidad, de ese sector de la ciudad, de su clase social, de su estado mental; acaso otra fuera la lectura si este hombre hiciera parte de la academia: esto es arte, dirían.
De esta historia he hablado con conocidos y amigos; se ha mencionado la posibilidad de un montaje, y si así lo fuera, poco importa: la interpretación es impresionante. Cristian Montenegro (el hombre que interpreta su personaje) permanece en su papel, y cada acción es peculiar: las caricias, los mimos, las miradas, la forma en que agarra la mano de su muñeca tras cada pregunta y le da un par de golpecitos para asegurarse de su existencia; a la burla responde con seguridad, escudriña su personaje pueril, burdo, idiota y misógino hallando la contestación en su desequilibrio mental. Solicitan y aclaman un beso, como si aquello lo apenara, y él pega su boca a los labios de plástico y seguro su lengua roza la garganta hueca; indagan con engañosos escrúpulos si las relaciones sexuales —la masturbación asistida— son frecuentes, y él afirma que lo son. El personaje, la interpretación, el inventor y sus creaciones superan el pudor, lo ordinario, la conducta regular. Algún conocido mencionó la fugacidad de su presentación, ¿acaso en el mundo contemporáneo algo perdura? Su personaje, sus acciones, las grabaciones serán enterradas en unos días, en una semana perderá su atractivo pues otra persona le dará vida a cualquier ser, tangible o intangible, que la acompaña para esquivar la soledad. Pero cuánta notoriedad ha tenido un hombre común sin otro respaldo que su locura. Eso es lo que nos ofrecen las noticias, de eso hablan los periódicos. ¡Esto es lo que quiere el público: las ferias de arte!