PÁJAROS
TRASMALLO SEMANAL
Dos pájaros vuelan y recorren el aeropuerto de San Vicente del Caguán. El espacio es reducido: tres o cuatro oficinas, un parqueadero para diez carros, dos salas de espera y la pista. En la primera de las salas hay un televisor: transmite el noticiero del mediodía; pareciera que el volumen de los afectados parlantes no molestara a nadie. Sólo desesperan en el silencio: se retuercen en sus sillas cuando la luz se va por unos minutos y se lleva las voces estridentes de las presentadoras. El calor los azota: se corren las gotas de sudor que se desprenden de sus frentes; el aire escasea; el cansancio llega. El avión debió aterrizar hace veinte minutos. A veces miran el televisor, a veces el aparato personal, y, constantemente, la pista: quieren ser los primeros en divisar la nave con el rabillo del ojo; quizá ninguno presagie el momento exacto del aterrizaje.
No quieren saber de nada, quieren irse de acá, de este lugar: nadie llora, ni se cubre la cara por la tristeza, ni mira los árboles que rodean el aeropuerto, ni el cielo azul, que ha sido gris y atormentado los últimos días. Esperar y desesperar, no hay calma, reflexión o estudio. No: ni siquiera se puede pensar, si no fuera por las constantes y tediosas oposiciones del noticiero, se dormirían; si no se mostrara a las celebridades en sus ridículos trajes de gala se les cerrarían los ojos, permitirán que los pesados párpados se arrojaran al precipicio; podrían dormir pero ninguno lo hará, en los aeropuertos no se debe dormir: pueden robarse la maleta, ingresar un material indebido, ser secuestrado … qué sé yo de los temores nacionales en este instante; me cuesta pensar, la simple conversación próxima me abruma.
Contestan sus celulares, hablan con sus hijos, con sus padres, con sus amigos; son conversaciones públicas, incluso podrían debatirse sus acciones, sus resoluciones, su férrea determinación. Falla la comunicación pues sus diálogos redundan: quieren utilizar este rato inútil para realizar esas llamadas familiares prometidas, planeadas y aplazadas una y otra vez. Saludan, realizan las debidas preguntas retóricas desatendidas e inicia la ininterrumpida confesión de opiniones y experiencias: plantean innumerables disposiciones y quebrantos; insisten en materias centrales, en los detalles y no se detienen hasta percibir la absoluta comprensión; luego manipulan los asuntos, los parten y los desmenuzan para finalmente reconstruirlos. Al parecer sus gargantas llevaban décadas taponadas, y hoy, por fin, se han desobstruido: advierten el respiro posterior a la asfixia, el fluir de la arteria, el movimiento del músculo. Suspiran, aseguran nuevamente la claridad del mensaje evaluando al alumno, y después cuelgan.
Un hombre y su hijo comen dos hamburguesas gigantes: deben apretarlas para poder meterlas a sus bocas, ¿dónde las compraron, quién se las trajo? Acá no hay tiendas, ni restaurantes, ni máquinas, ni puestos ambulantes. Sólo están los olores agridulces de las salsas, los pedazos de res abrasada, el pan horneado, el queso derretido. Se ensucian, se chupan los dedos, retiran la grasa acumulada en la comisura de los labios con el dorso de la mano, levantan los trozos de alimentos que se han caído, los embuten en la envoltura y arrojan los balones de basura en la única caneca del recinto. Tres perros vagabundos, innegables ocupantes del aeropuerto, se acercan; uno de ellos pasa a mi lado y me tantea: lo ignoro y aúlla reprochando la escasez. Qué te voy a dar, amigo, si yo no ando con comida. No me gusta que el olor se impregne en la maleta, en la ropa; si pudiera, no comería nada. Me gustaría, eso sí, tomarme una botella fría de agua, bañarme y acostarme a dormir. Si pudiera, me lanzaría a un río: uno vasto y profundo; me tumbaría en el Magdalena o el Orinoco.
Cuánto cansancio, pero lo reconozco: llegará el día en que esté en otra ciudad, en otro país y añore este momento; entonces estaré absolutamente convencido de las indelebles imágenes que me ha dejado el recorrido, el territorio, las personas. Me daré una palmada en la espalda y… ¡PAM! ¿Qué ha sonado, qué es lo que miran en las sillas, por qué se paran, qué levantan? Ay, los pájaros: los pájaros que se han reventado contra el pedazo imperceptible de vidrio; si su vuelo se hubiera elevado unos centímetros habrían continuado: los esperaban los árboles, la cordillera, los mares. Pero han muerto, encerrados; tragados por perros desamparados.