UNA MANZANA
Esperaba el cambio de luz en uno de los semáforos de la Avenida Caracas cuando presencié la persecución peatonal que se llevaba a cabo: un anciano de baja estatura y rasgos orientales, con la ceja izquierda rota y la cara ensangrentada seguía a un hombre -descarnado y consumido- de pelo largo, encrespado y encanecido que le gritaba: ‘Ladrón, usted es el ladrón…deje de perseguirme’. El otro replicaba y refutaba la sentencia: disparaba el título de regreso. Uno y otro, asían a los transeúntes, se señalaban y declaraban el mismo argumento. Entonces el perseguido, descubriendo y agarrando el cordón naranja -con la inscripción de un festival de cine- que llevaba sujeto a su garganta manifestó al jurado ambulante: ‘¿Películas o ladrones, películas o ladrones?’.
El asiático continuó su persecución hasta ser empujado por el fulano que, retirándose el cordón -en el que aparentemente llevaba unas llaves-, amenazó a mengano con el minúsculo metal; éste empuñó las suyas y se acecharon, desafiantes. Reposaron, se distendieron y continuó la batida; el perseguido, desesperado, se lanzó al carril vehicular. Detenía los carros -vehículos particulares, taxis, incluso una ambulancia- y golpeaba sus vidrios tratando de hallar un transporte; ante la indiferencia, exhibía su cordón y buscaba jurados: ‘¿Películas o ladrones?’. El minúsculo verdugo dejando sangre a su paso lo perseguía esquivando las máquinas. De repente, una motocicleta con dos patrulleros atravesó el andén y los detuvo.
Exigieron una explicación: volvió el credo individual, el crimen atribuido. Al juicio se unió una mujer diminuta -al parecer familiar del anciano- e intercedió por su pariente. Un testigo se acercó a uno de los Policías: ‘Ese chino es trabajador, nada de ladrón’. La interrupción me impidió escuchar el testimonio del fulano que era esposado -click, click-. Entonces el testigo, ubicado a mi lado, le anunció a otro conocido: ‘Ese es el chino que tiene un restaurante acá arriba, el de camisa de cuadros’. El otro desconfió. Jugó el testigo: ‘Un billete de cien mil nuevo ya a que el otro es el ladrón’. Los policías se los llevaban y yo volvía a caminar.