BERMUDAS

TRASMALLO SEMANAL

Entre las estaciones Boddinstrasse y Hermannstrasse en Berlín, y, las estaciones Calle 57 y Calle 63 en Bogotá, surgen dos espacios extraordinariamente similares. En ellos, la heroína, la cocaína, el crack, el bazuco, etcétera, se incorporan a los cuerpos de los consumidores mientras la ciudad los agrega al paisaje con indiferencia o temor. En las dos ciudades hay múltiples espacios de venta, compra y consumo, sin embargo, estos pedazos de ciudad parecieran pequeños caseríos narcóticos autónomos. El tráfico y el uso es soberano y los aldeanos exponen libremente sus inyecciones e inhalaciones durante el tránsito constante de los trenes y los buses, en las carreras de los transbordos y las revistas rutinarias de las autoridades. 

Se manifiesta una diferencia notoria: la villa berlinesa está ubicada en los pasillos de la estación Leinestrasse, y la bogotana, en la media del Transmilenio: sentados en las bancas de cemento, los parroquianos prenden las pipas, organizan el bazuco y lo mezclan con la ceniza reunida en las cajas de cartón de los fósforos. Unos y otros se desentienden de las miradas fisgonas de los pasajeros —durante el constante trayecto entre vagones y las demoras de las calzadas de la Avenida Caracas— concentrándose cabalmente en los ejercicios meticulosos del oficio. En ocasiones, previo al coma de las rebajadas plantas ancestrales, levantan sus miradas, abstraídas y ansiosas, clavándolas fijamente en el horizonte, adivinando las figuras oníricas de su futuro inmediato. Si nos ven, si las miradas se cruzan, se puede percibir el aniquilamiento certero de nuestros cuerpos, la invisibilidad de la carne, de las estructuras vehiculares, de los edificios… se ensimisman profundamente en el desarrollo de sus tareas: desean con vehemencia. Pronto escaparan: llegarán al oasis de la ciudad, del cerebro, de los recuerdos, del hambre y la sed. Luego regresan; guardan sus observaciones y contemplan sus tesoros: las recompensas obtenidas diariamente en las calles, las escaleras, los pasillos. 

El logro diario es un milagro; hay días y noches de desaliento: vagan por las calles, mendigan, recolectan latas y botellas de vidrio y plástico, reciclan y venden la basura que recogen en sus largas excursiones. Reflexionan apenados en sus paseos: ‘Ay, si conocieran los obstáculos que se vencen diariamente. Pareciera que el mundo quisiera eliminarnos lenta y brutalmente: nos torturan con la abstinencia, con el incremento de los precios, con el arresto de los proveedores. Y cuántas miradas de repudio, o peor: de pesar, falta poco para que, al ojearnos, inicien las arcadas. A mí me da asco su dinero acumulado, sus bolsillos llenos de monedas y billetes, despilfarrando el sueldo mensual en dulces y baratijas inútiles’. Así pasan sus días: trabajando el vicio diario; traspasando senderos arriesgados; soportando el sol, la lluvia, el frío o la nieve; conviviendo con sus pasados descompuestos —como toda persona en la tierra— y dominando la angustia futura; sobreviviendo puerilmente el itinerario incierto de sus caminos; ay, tan francos: sin artimañas, llanos como los niños. No hay tiempo para la duda: su confianza es férrea y envidiable.

Quizá muchos días y noches despierten y quieran volver: tratar, una vez más —una de las muchas veces más—, a cierta persona, volver a escuchar la voz que rebota entre imágenes sobrias; visitar un espacio que se les ha prohibido perpetuamente. ‘Se me ha privado la vida, no hago parte ni pertenezco, sólo en mi villa puedo ser sin explicaciones, reconstrucciones, dependencias y defectos; si eso es lo que quieren —piensan decididos—, seré yo quien los prive de mi noble compañía. ¿Verme en un espejo, para qué? Si noto mis manos demacradas, mis brazos, mis piernas, mis pies y mi sexo perforado. Me reconozco, sé lo que soy, pero ¿ustedes?’. Les sirven, únicamente, como blanco, como diana. Son un desorden social, un problema higiénico público, consumidores, roedores, rémoras, sanguijuelas, parásitos que succionan el aire que a otros les corresponde. ¿Por qué no mueren, por qué no todos? Ay, es que están por encima de los virus, de las enfermedades domésticas, están por encima de las cadenas evolutivas, de los sistemas cotidianos, están por encima y por debajo, en todas partes, en cualquier parte; en las casas también, querido acudiente, en los colegios y las universidades. Aquí y allá. Preste atención, querido lector, pues puede ser uno de ellos y es a usted a quien miran con repudio, a usted también quieren exterminar, puede que ellos a usted lo estén buscando.

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