CABAÑUELAS
TRASMALLO SEMANAL
Bogotá acentuó los síntomas de un resfriado experimentados días atrás pero mitigados por el mar. No debería preocupar una peste común los primeros días de enero: estamos aún en el periodo festivo, las empresas no han regresado a sus labores y la ciudad permanece deshabitada. No obstante, la circunstancia es desafortunada para mí debido a una desfiguración personal de las tradicionales cabañuelas.
Las cabañuelas consisten en la predicción -fantasiosa- meteorológica de los doce meses del año a partir de los doce primeros días de enero. Fue mi abuelo quien me enseñó esto: aún recuerdo cómo miraba el cielo, advertía los vientos, amusgaba los ojos y proyectaba el clima de marzo o abril —semejante al personaje de una película épica— con seguridad férrea: Habrá lluvia el tercer mes. Y yo sentía que mi abuelo era el diablo.
Pues bien, mi planteamiento fue el siguiente: si los doce primeros días del año pueden hablar del clima, también pueden denotar el comportamiento y el ánimo individual. Así pues, el 31 de diciembre planeé los días siguientes: leer y escribir con disciplina y rigor, ver cine integral, pensar cada plano y cada imagen al agarrar una cámara, dibujar y, diariamente, hacer ejercicio y cocinar. Hoy, nada se ha cumplido: la lectura se ha reducido a las historias y publicaciones de las aplicaciones; veo, por horas, comedias románticas que me adormecen; y de escribir ni hablar: hago lo que buenamente puedo.
Han pasado ocho días y lo único que he podido inventar son excusas: pretextos creíbles a cada persona amiga que me escribe para vernos (Estoy trabajando en un cuento hermosísimo; Leo un libro brutal; Estoy de viaje, te mando fotos cuando regrese). Las razones son útiles para que los amigos no tengan en marzo la imagen de un muchacho enfermo y lacónico enterrado en su cama. Puedo imaginar la conversación en mi estado febril:
—¿Tienes a alguien que me pueda ayudar con esto?—, preguntaría mi futuro empleador.
—¡Claro! Tengo un amigo… aunque, no sé, ha estado enfermito— respondería mi amigo, triste.
—Qué lástima. Era un montón de dinero—, concluiría el proveedor.
Pero ahora que sabe de mi actividad próspera podrá decirle que he estado ocupadísimo desde los primeros días del año, y a quién no le dará confianza aquello. El gran manejo del discurso. Los días han pasado y he mejorado, no hago mucho más que ver el cielo y pensar en el sol que habrá en las mañanas de febrero, marzo, abril y mayo, acompañadas de oscuros atardeceres.
Según mis cabañuelas no veré a nadie los primeros meses del año pero puede que julio sea mi mes y esté lleno de vitalidad y salud. Quién habrá inventado las cabañuelas y habrá dejado a enero sin clima.