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TRASMALLO SEMANAL

Establecimiento Carcelario La Modelo - 2015

Hace unas semanas, el algoritmo arrojó —nuevamente y tras años de olvido— contenido carcelario: un video informativo sobre el Centro de Confinamiento del Terrorismo. En él, y en todos los contenidos relacionados al centro, se exalta su dimensión, su infraestructura, su cantidad de guardas, sus estrategias de control, su ágil y efectivo tiempo de construcción… el poder administrativo y simbólico de la edificación. En los múltiples artículos y videos se recalca —¿venera?— y se repite la misma conjunción: más. El centro de reclusión más grande de América; su uso, irreflexivo y soso, expone el cumplimiento de un objetivo obtuso, un inútil logro gubernamental salvadoreño, la representación de los éxitos globales contemporáneos. Desde el primer video reproducido —y en el material que seguíría llegando— descubriría múltiples detalles ridículos y estúpidos. 

Inicialmente pensé en las personas encargadas del desarrollo de este centro y fue fácil imaginar la conversación del presidente con su consejo de ministros, con sus asesores, incluso con él mismo (diálogos semejantes figuré durante el mandato de Duque): ‘Presidente, el control de las pandillas, en los barrios marginales, progresa diariamente; la población detesta el cuerpo policial; los jóvenes encuentran en la venta de drogas su única salida. ¿Cómo afrontamos esta situación, cuál será nuestro plan de acción?’. Entonces, este hombre reflexivo, junta sus manos, cubre su boca y cierra sus ojos esperando la inspiración divina: ‘¡Ya sé! Yo también, como ustedes, le he dado muchas vueltas en mi cabeza a este terrible y desafortunado problema; día y noche me reviento las neuronas explorando múltiples salidas, y hoy, después de muchos meses, tengo la solución. Espero estén preparados para lo que viene: vamos a construir la cárcel más grande de El Salvador; qué digo de El Salvador, de Centroamérica; no, ¡la más grande de América! Chucha madre, esos perros hijos de la puta Maras no se lo esperan. Seguirán con sus güevadas, con su rutina, cuando, un día cualquiera: ¡BUM! Anunciaremos en las noticias la construcción de esta hermosa y colosal cárcel. Pongámosle un nombre llamativo, que atemorice pero también sea ejemplar. Sí: Centro de Confinamiento del Te-rro-ris-mo, Terrorismo’. Esa noche Bukele debió sentir que tomaba una de las decisiones más importantes de su mandato y se habrá masturbado una, dos y tres veces viéndose al espejo: ‘Soy brillante. A nadie se le habría ocurrido solucionar este maldito y corrosivo problema de modo tan inmediato. La sorpresa que se llevarán otros países. ¡Ay, cuando los gringos lo sepan! Qué maestría’. El pastillero del presidente debe ser efectivo: soporta su ego.

Pero el peso no debe recaer únicamente en el presidente, los medios nacionales e internacionales también tienen lo suyo. Sus títulos y contenidos son tan similares que parecen una repetición del comunicado de prensa entregado por el gobierno salvadoreño. Una y otra vez el uso bruto de la conjunción. ¿Qué es lo que, francamente, expresa este más? Es una exaltación, un aplauso, un bombo. Para muestra, un botón: cuando días después de su inauguración se conoció el dinero que tenían que pagar mensualmente los reclusos, volvieron: ‘El precio que deben pagar las familias de los reclusos en el centro de reclusión más grande de América’. ¿No hay crítica en los medios, tan corta es su observación, es eso lo que enseñan a la Inteligencia Artificial? Ejemplos así, sobran: ahí tenemos la constante noticia del crecimiento progresivo del arsenal militar de las potencias nucleares. Dicen, una y otra vez, que siguen produciendo bombas nucleares, y que, con este nuevo avance, ahora sí pueden destruir el mundo seis veces. Así de pueril se lee y escucha en los periódicos y las noticias. (¿Si ya se tiene material para destruir un continente para qué se construyen más bombas? ¿Es semejante al gamonal que demuestra su gallardía comprando tierras, insultando a su bufón y menospreciado al campesinado? ¿Es una competencia fálica?). 

Esa es la dinámica actual en diversos ámbitos: la canción más escuchada, la película más vista, el libro más vendido. Si tan sólo aquellas cifras representaran la eficiencia, excelencia, calidad… pero no: son números tan ridículos que únicamente representan una cantidad estrafalaria de dinero. Si tan solo sirviera, si se pudiera decir: es una cárcel, y funciona. Es una canción y mueve las entrañas. Es una película y atrapa. Es un jugador y juega. ¿Pero qué encontramos al dirigir críticamente la mirada? La casa más grande de la costa, deshabitada, u ocupada brevemente por una pareja célebre dos meses al año; los vehículos más novedosos e inteligentes recorren las vías más selectas de los continentes; el restaurante más importante de Colombia —¿según quién?—, respetado por sus platos sofisticados, dirigido a un refinado segmento del mercado que dicta lo más y mejor; la comida más sana, orgánica, pulcra, vendida en un puesto privilegiado de la plaza de mercado; los libros más vendidos —¿serán leídos?— plagados de recetas ridículas para curar tu débil proceder; el escritor con más premios de la historia envuelto, a sus ochenta y seis años, en líos de revistas de farándula; el cantante con más estatuillas lanzando nuevos éxitos musicales con el género de moda; el chat más rápido e infalible sin saber qué preguntarle, o lo que es peor: preguntándole lo evidente; el reloj más caro de la historia muestra todo menos la hora, o la muestra, pero qué es el tiempo para el mundo, quizá la medida de lo inmediato. Eso nos queda: imágenes fantasiosas mientras el mundo se acaba.

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