TRAMPA
TRASMALLO SEMANAL
Escribo molesto y fastidiado, conteniendo el grito que se revienta entre las paredes del juicio. (Esas fueron las palabras usadas: así empezaré y otro será mi estado al concluir; permite, el editor, que se exprese el pueril enfado y el romanticismo literario). Mientras continúo lanzando las palabras, me soporto con dificultad, y por esto escribo: debo refugiar y encapsular la cólera en las anotaciones del cuaderno pues es posible que una conversación cualquiera se estanque, se amargue, la arruine. Para eso, también, sirve la escritura: mitiga el ardor durante la escritura lenta de la grosería; mientras la línea traza la h, la p, la u, el grito pierde su fuerza, se derrumba; la debilidad del madrazo impacta la hoja. Cuán agradable se siente calmar la ira con las palabras; la palabra escrita regula el ánimo, algo que no sucede con la palabra rápida e irreflexiva tecleada en las pantallas. Agradezco esta posibilidad así como las armonías que se reproducen y merman el pulso. Toda la presión ha quedado en la tinta regada en el papel. Ahora sí puedo hablar de aquello: eso que me ha irritado.
Este texto podría ser una continuación de Cuerpo — columna publicada el 26 de febrero—. Por supuesto volví al médico, hablaba de mí al referirme a los achaques que se asentaban gradualmente en el cuerpo advirtiendo la mortalidad; se castigaron las palabras testarudas y arrogantes, verdugos de la soberbia. Ciertamente los exámenes se realizaron días después; mi disgusto no proviene de la revisión médica, de las cifras y el balance justo del peso y la estatura, de la presión y la respiración, pues todo funciona debidamente, mi amargura proviene de los números. Cuéntame cuál es el motivo de tu visita. Un chequeo, doctora. Corroborar —sin saber porqué— lo que yo experimento: plenitud corporal, correcto desempeño al ejercitarme, hacer y deshacer a gusto. Es eso lo que quiero corroborar. Ok, unos exámenes de sangre vendrán bien. Seguro mostrarán lo mismo, lo que advierto al despertar: energía, entusiasmo, habilidad física y mental para desarrollar las labores con eficiencia y concentración.
Cuatro tubos de sangre salieron sin dificultad. Dos días después llegaron los análisis: tipo de examen, resultado, unidades y valores de referencia. Revisar atentamente los números de las cinco páginas, y nervioso, hallar uno de los resultados superior a la media de referencia. Sí, enviar el resultado a la especialista para que se me explique el significado de aquello, las consecuencias, el tratamiento: doctora, quiero encajar en esa media, anhelo ser parte de la sociedad ordinaria, exclúyame de la excepción, cómo lo logro, qué me tomo, qué abandono, qué sucede. El resultado expone una cifra que no coincide con la sensación diaria de mi cuerpo. Puede ser X o Y. Los síntomas son ajenos. ¿Cansancio, doctora? Si yo me tomo un café después de las dos de la tarde y me desvelo: impulsa tanto mi común hiperactividad que inicia, minutos después, una taquicardia indeseada. ¿Memoria? Doctora, a mí se me incrustan los números y las imágenes como puntillas largas y gruesas martilladas con vigor. Sé lo del cigarrillo; he disminuido su consumo. Sí, conozco sus efectos. Pero doctora, si yo dejara de consumir todo aquello que hace daño al cuerpo me moriría de inanición: si quiere, vuelvo a consumir pescado pero usted tendrá que arrancarme el mercurio y el micro plástico de la sangre; tendrá que destaponar mis arterias de la grasa de las carnes rojas; tendrá que limpiar mis pulmones y cubrir mi piel de la contaminación presente en todas las ciudades del mundo; por donde mire encuentro mil formas de morir, directa e indirectamente, gradual o súbitamente, hasta de un paro se puede morir a mi edad, conozco casos; ay, doctora, mire nuestra historia reciente: un virus detuvo el mundo por dos años, matando a miles de personas que se ejercitaban y llevaban los más ejemplares hábitos; miles de personas jóvenes mueren cada minuto por causas aleatorias; ay, doctora, yo para qué vine.
Salgo, me sobo la cabeza y respiro: ¡Qué imbécil! Caí en la más vieja de las trampas: la visita médica que enferma: entré sano y salí preocupado, indispuesto, enfermo. Mi día iba bien y, de golpe, los resultados. Uno de los índices no entró en el formato y todo se derrumbó. Ay, Dios, con todo lo que tengo que pensar, con todas las preocupaciones y debo sumarle ahora esto. ¿Debo hacerlo? Detengámonos: seguir trotando, seguir comiendo bien, dejar paulatinamente los vicios y todo andará. Es el miedo, el miedo al dolor, miedo a perder la vanidad, a la soledad de la noche febril y a la incertidumbre del despertar. Ese miedo de ver al círculo cercano preocupado por la condición. Miedo a no cumplir los sueños y morir como uno más. Pero cuidado, amigo: todos morimos siendo uno más. Basta de sensiblerías. Todos moriremos: los ansiosos y los controlados, los tristes y los felices, los brutos y los sabios. Todos comida para gusanos.